Jorge Fernández Menéndez - ¿Quién le teme a los expresidentes?
Varios buenos amigos me dijeron que el expresidente Calderón había sido un imprudente al presentar su libro la misma semana en que se promulgaron las leyes secundarias en materia energética. Le está arruinando “su semana” al presidente Peña. Sé que en ciertos ámbitos del gobierno federal piensan exactamente lo mismo. Ese tipo de razonamientos debo reconocer que me han dejado siempre perplejo. ¿Cómo un hecho externo y en buena medida intrascendente, como la presentación de un libro, le puede “arruinar” la semana a un presidente como Peña que acaba de cerrar el ciclo de reformas más exitoso de las últimas décadas?, ¿por qué la aparición de un expresidente, cualquiera, suele poner tan nervioso al entorno de sus sucesores? Me resulta tan inexplicable como irracional porque además, habrá que acostumbrarse a los expresidentes casi todos hombres jóvenes y en plenitud.
En la presentación de su libro recordaba Felipe Calderón aquello de que un expresidente es como un jarrón muy caro, muy bonito que se hereda y que nadie sabe en dónde poner ni qué hacer con él, pero que, agreguemos nosotros, sirve para responsabilizarlo cuando el decorado de la casa no sea el adecuado. Recuerdo que en 2000, en las postrimerías del gobierno de Ernesto Zedillo, tuve la enorme oportunidad de ser el primero en entrevistar al expresidente Carlos Salinas de Gortari que estaba a punto de publicar el libro México: un paso difícil a la modernidad, un amplio análisis de su sexenio, de más de mil 300 páginas, donde explicaba los pasos que llevaron al Tratado de Libre Comercio, al gran ciclo de reformas 91-93, al conflicto de Chiapas, al destape y asesinato de Colosio, entre otros temas. Se dijo entonces que Salinas venía a desestabilizar al país, la economía, la transición. Por supuesto que no pasó nada de eso: el expresidente hacía lo que cualquier otro exgobernante debería hacer: explicar sus razones, defender su gestión y poner sus argumentos sobre la mesa, en una coyuntura en la que había sido, con o sin razón, duramente perseguido por su sucesor.
Ernesto Zedillo no ha querido ni dar entrevistas ni escribir sobre su gestión. Es una lástima: hay muchos capítulos importantísimos de la vida del país que merecerían ser abordados por el expresidente. Desde la crisis económica hasta la transferencia del poder a Vicente Fox. Tenemos muchas fuentes sobre esa etapa, pero no la suya.
Vicente Fox fue respetuoso con sus antecesores, pero bastante menos comedido con su sucesor. Ha publicado libros, echó a andar el Centro Fox, ha hecho lo que nadie: impulsar en la última campaña presidencial al candidato opositor al que era su partido (apoyó públicamente la candidatura de Peña Nieto). Ahora es uno de los grandes impulsores de la legalización de la mariguana y antes propuso que se negociara con los narcotraficantes. Hoy hasta conduce un programa de televisión. Está en su derecho, se puede o no estar de acuerdo con él, pero ese es otro
tema.
Ahora, Calderón decide presentar un libro y hay quienes se indignan, hablan de irresponsabilidad, de que su tiempo ya pasó, de que quiere ocupar espacios presidenciales, de ver cómo se opaca el hecho. Es absurdo, un libro que ni siquiera es de memorias, presentado en un salón con poco más de 300 invitados no puede romper la estabilidad, ni desestabilizar un país ni mucho menos opacar la labor de un presidente exitoso como Peña Nieto. Quienes eso argumentan en realidad ofenden precisamente al mandatario que dicen proteger.
Hace algunos meses escribíamos que habrá que acostumbrarse a la participación, en diversos campos de los expresidentes: Carlos Salinas de Gortari, dejó la presidencia a los 46 años; Ernesto Zedillo a los 51 años; Vicente Fox es un poco mayor que ellos, pero está plenamente activo; hoy mismo Felipe Calderón cumple 52, la misma edad que tendrá el presidente Peña Nieto cuando deje el poder. ¿Cómo se le puede reclamar a estos hombres que están en el mejor momento de sus vidas, con una experiencia enorme detrás, que se retiren de la vida profesional o de la política, que no opinen y ni siquiera traten de explicar, de sacar enseñanzas de su gestión? No se trata sólo de su derecho, debería ser casi su obligación, por lo menos moral.
Dice Frank Underwood, el famoso personaje de House of Cards, que “los presidentes que están obsesionados con la historia, también están obsesionados con su lugar en la misma, en lugar de dedicarse a escribirla”. Los expresidentes tienen todo el derecho de escribirla. Que luego se esté de acuerdo con ella es, literalmente, otra historia.