Opinión / Cambio climático y salud / Arnoldo Kraus

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La historia del mundo siempre ha sido la misma: hay quienes niegan realidades y hay quienes las confrontan. El negacionismo —actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes— no es una actitud nueva, es la repetición de la repetición. Mentes sordas —fanáticos— versus mentes dispuestas a modificar sus criterios —librepensadores—. Hay momentos cruciales en la vida de la humanidad y de la Tierra: negar lo innegable podría ser catastrófico. Ejemplo vivo y contundente, avanzado el siglo XXI, es el cambio climático.

Sus efectos en la Tierra, nuestra casa, y en los seres humanos son reales e innegables. No hay nación, ni siquiera las más ricas y avanzadas. inmune a las consecuencias del cambio climático. Imposible vacunarse contra los bolsonaros, los trumps, los xi jinpings y todos aquellos cuyas barbaridades negacionistas son parte del mundo etcétera.

Han transcurrido muchas décadas desde que Aldo Leopold (1887-1948), ecologista, filósofo, protector de bosques y del ambiente, advirtiese del deterioro de la naturaleza. “El ser humano es el cáncer de la Tierra”, fue su motto. Leopold no se equivocó: el deterioro paulatino de nuestra casa es testigo de uno de los grandes yerros de nuestra especie: destruir el ambiente, desoír el canto de los pájaros, el lenguaje de los árboles y de los abejorros en España, una de las miles de especies en peligro de extinción. La destrucción la pagamos cada día y la sufrirá nuestra prole. Hay deudas impagables; la de los humanos con la Tierra es una de ellas.

La Organización Mundial de la salud afirma: “El cambio climático contribuye de forma directa a las emergencias humanitarias causadas por olas de calor, incendios forestales, inundaciones, tormentas tropicales y huracanes, y cuya magnitud, frecuencia e intensidad van en aumento”. Dichos cambios, Perogrullo dixit, repercuten en la salud. Imposible no enfermar cuando se sobrevive a una, dos, tres o más catástrofes.

Se calcula que entre 2030 y 2050, es decir, mañana, el cambio climático causará más de 250 mil muertes cada año por enfermedades como malaria, diarreas, desnutrición y tuberculosis; dichos cálculos no rebasan los límites de la palabra cálculo: ¿cómo afirmar que dicha cifra es correcta?, ¿por qué no 300 mil o 900 mil? Dudar es virtud y obligación. Agrego: imposible medir las consecuencias impredecibles por la falta de agua potable. De ahí el término refugiados climáticos. De ahí la realidad: contumacia es uno de los apellidos no escritos de nuestra especie.

Como suele suceder, las naciones pobres son y serán las más afectadas. La salud de sus habitantes se encuentra amenazada. Sin salud y sin dinero las posibilidades de dichas poblaciones para insertarse en el mundo son nimias o ausentes. Países como China, o políticos como Donald Trump, han hecho caso omiso de dichas amenazas. ¿Qué hacer? En México, la dupla López Obrador y Sheinbaum derribaron árboles, el Distrito Federal es un ejemplo y, si acaso sembraron nuevos, ¿lo hicieron bien?; ¿cuántos parques construyeron para corporizar la máxima del gobierno en turno, “Primero los pobres”?, ¿cuándo sembraran palmas en las avenida Palmas?

Las batallas contra los negacionistas nunca se ganarán. La población consciente y responsable de nuestro “poder cancerígeno”, como Leopold argumentó, es mostrar, vía mass media, los sucesos vinculados con el cambio climático. Es obligatorio crear desde primer año de primaria y continuar hasta la Universidad la materia “Cambio climático y salud”. Quizás los hijos de padres negadores cambien su actitud y vean el mundo como obligación y no como una estancia pasajera, ajena, y de cuyo futuro no somos responsables.