Sergio González Levet - ¿Crítica?

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El sábado tuve oportunidad de platicar con un nutrido grupo de periodistas, gracias a la invitación del incunable incunable incunable Felipe Hakim, para que celebráramos con él los seis años de su gustado portal de noticias cronicadelpoder.com.

Va desde aquí mi felicitación reiterada para el incunable incunable incunable Felipe, para Francisco Saucedo, para Marco Aurelio González Gama. Pero también y de manera especial para los desvelos de Juven de Hakim, que ha aguantado estoicamente los vaivenes de su marido, que quiso agarrar como viruela vejestoria la profesión del periodismo, o más bien dicho la del reportero, tan exigente en tiempos y tranquilidades.

Pues bien, entre tanta plática sobre el tema inagotable de nuestra profesión (de fe), un colega me hizo la observación de que le gustaba mi columna, “aunque no criticaba a nadie en ella”. Me dijo más: “Bueno, una vez criticaste a Erick Lagos Hernández, pero hasta ahí”.

 

De entrada le contesté que nunca había “criticado” a Erick Lagos, porque entendía el sentido de su observación: lo que me quería decir en realidad (y no le hago al Rubén Aguilar, conste) era que mi columna no le parecía “crítica” porque no insultaba ni acusaba ni blasfemaba en ella contra los hombres públicos y/o funcionarios del gobierno de todos los niveles y modalidades.

En esta sociedad tan exasperada, se ha llegado a entender la crítica como el señalamiento flamígero en contra de los hombres del poder, y muchos lo asumen como la única forma de ejercer el periodismo.

Y pareciera que la intención no es revelar, después de una ardua investigación, de manera fehaciente errores o corrupciones, sino denostar a quienes ostentan el poder, cualquier forma del poder.

Así, para ese tipo de público, “críticos” reconocidos son los que insultan, los que señalan, los que se desgarran las vestiduras contra los que según ellos detentan los puestos públicos. Ese tipo de periodistas son los que se merece ese tipo de público: por lo general sus columnas están pésimamente escritas, con faltas de ortografía y graves problemas de sintaxis, en cuanto a la forma. Pero en cuanto al fondo, la cosa viene peor: no fundamentan sus acusaciones con datos o informaciones verídicas; su fuente es el rumor, el chisme malsano; sus razonamientos vienen del hígado, no de la mente.

Yo aprendí mis primeras letras de dos grandes periodistas: Jorge Ruffinelli y Froylán Flores Cancela. Y ellos me enseñaron un código de ética fundamental:

a. No acuses nunca sin pruebas fehacientes.

b. Nunca señales a las personas por su conformación, sus defectos físicos, su raza, su credo o su religión.

c. Señala errores o corruptelas, pero no insultes ni te metas con la honra o la vida privada de nadie.

A la hora de escribir, me he ajustado a esos tres principios. Tal vez por eso hay ciertos criticones que consideran que mi columna no es crítica.

En ese sentido, nunca lo será.

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