Sergio González Levet - Un mundo sin futbol

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Que me perdonen los hinchas de los equipos de futbol nacionales, pero como que en las próximas semanas nadie se va a querer emocionar con los juegos de nuestra liga mexicana, después del atracón de un mes con los mejores jugadores del mundo, haciendo ciertamente algunos desfiguros, pero también jugadas de factura genial, dotadas de talento y muestra de la maestría técnica que alcanzan y por la que sus cartas llegan a valer cientos de millones de euros.

Nada que ver de un juego de los Xolos contra los Jaguares, por decir algo, después de haber visto desplegar su gracia futbolística a las gacelas de Ghana; después de sentir la potencia abrumadora de Alemania, campeona del mundo; después de ver cómo Messi -digan lo que digan- hacia sus cabriolas entre varios jugadores contrarios, prácticamente en un mosaico, como los buenos bailadores de danzón.

 

Todos los nombres poderosos de futbol mundial estuvieron en las pantallas durante un mes abrumador, y sólo faltaron alguno que otro por lesiones (el colombiano Radamel Falcao) o por enojos (el mexicano Carlos Vela).

En estas semanas de junio y julio la plática siempre llevaba a lo mal que pitaron los árbitros, a las sorpresas de los equipos chicos en la primera fase del torneo, a la debacle del Scratch du Ouro, al entusiasmo de nuestro Piojo Herrera.

Señoras que en su vida habían visto el futbol se terminaron apasionando con el buen empiezo de nuestra selección, y dejaron un poco de lado la telenovela para empezar a entender qué rayos es eso del fuera de lugar, o hasta cuándo se puede mover un portero cuando le tiran un penalti.

Nos atiborramos de futbol y el mundo se olvidó de la miseria infame que agobia a miles de millones de seres humanos indefensos en todo el planeta; de las guerras cruentas; de los bombardeos contra mujeres y niños en Gaza; de la imposición rusa en Ucrania; de la hambruna y las epidemias; de la obesidad galopante; de la falta de valores en las sociedades aparentemente más avanzadas, como la gringa.

El domingo pasado se jugó el último juego y de ahí tuvimos que regresar al mundo que todos hemos construido, con sus injusticias, sus desequilibrios.

Hemos vuelto a ver nuestras miserias, después del afeite ocultante de la fiesta del futbol.

Los dueños de la FIFA cargan sus bolsas repletas de las ganancias inimaginables que obtuvieron. Los brasileños empiezan a pagar las enormes deudas que contrató para siempre su gobierno, con el fin de hacer los estadios majestuosos que ahora son elefantes blancos.

Nuestra podredumbre vuelve a salir a flote. El espejo nos dice que hemos fallado como especie, porque el hombre sigue siendo el lobo del hombre.

Vimos a nuestros mejores atletas transformados en divas; a quienes debían ser modelo para las juventudes, convertidos en negociantes de la fama.

Estuvieron ante la vista del mundo por todo un mes, pero no por eso el mundo fue un poco mejor.

Lástima… otra vez.

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