El campo de exterminio que el gobierno ocultó

el

-Un rancho con cientos de huesos, cenizas, ropa y otras evidencias en Tihuatlán, fue detectado y luego abandonado por la Fiscalía estatal desde hace tres meses

DE LA REDACCIÓN

El rancho “La Gallera” se encuentra cerca de los límites de este municipio con Poza Rica. Los familiares-rastreadores muestran decenas de evidencias que generan estupefacción y sacuden la conciencia. Es imposible imaginar cómo sacudirán a las miles de familias que en Veracruz y estados vecinos siguen buscando a un pariente perdido.

Para  llegar a la propiedad se caminan escasos 200 metros en línea recta sobre terreno pedregoso con cercos de alambres de púas. Atrás, a 3 kilómetros, había quedo la carretera Poza Rica-Tampico. Más adelante del rancho está el río Cazones.

La casa del rancho es de dos pisos, con seis habitaciones. Dos balcones dibujan la fachada, enmarcados con azulejos. Todas las habitaciones están pintadas de rosa, color que se destina a la alcoba de niñas o adolescentes. Ello contrasta con lo que ahí ocurrió, pero acaso dice algo de los dueños originales del lugar, que encierra una historia ominosa.

DECLARACIÓN

“Al dueño lo despojaron. Al señor le secuestraron en 2011 a sus familiares y para que se los devolvieran le pidieron el rancho. Eso pasó hace seis años. Imagínate todo lo que pasó aquí en esos años; cuántos  cuerpos puede haber aquí” Colectivo de busqueda

FUERON ENCONTRADAS CON RESTOS PRESUMIBLEMENTE HUMANOS

“Es horrible lo que nosotros encontramos… así es como acaba un desaparecido en México”, dice Mario Vergara Hernández, desde el rancho “La Gallera“, en este municipio del norte veracruzano.

Es un hombre que lleva el olor a  sangre y huesos entre las uñas y pegado a la piel desde octubre de 2014, después de convertirse en uno de los buscadores de fosas más activos, primero en Guerrero -donde fue secuestrado su hermano Tomás Vergara Hernández-  y luego en otros estados del país.

Su labor activista en la  Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos, integrada por víctimas indirectas de desapariciones y desapariciones forzadas, que arrancó el abril de 2016, ha logrado ya la localización de fosas clandestinas en Sinaloa y Veracruz.

Su perturbadora  experiencia en este campo –que incluye el rastreo de fosas clandestinas y el reconocimiento de piezas humanas- es ya reconocida desde que literalmente empezó a escarbar en la tierra después de la desaparición de los  43 estudiantes de Ayotzinapa.

Esto motivó a  las madres del colectivo Familiares en Búsqueda María Herrera a solicitar su apoyo para explorar un cementerio clandestino y posible campo de exterminio, del que parientes desesperados tenían información gracias que han logrado obtener datos de grupos criminales. El lugar se halla en la comunidad Rancho Viejo de esta comuna.

La casa central del rancho encierra una sorpresa adicional: un horno en cuyo interior y sus alrededores generó diversas acumulaciones de cenizas de origen incierto. Los rastreadores muestran certeza de que ahí fue incinerado un número indeterminado de cadáveres. En el área han sido ubicadas hasta ahora 22 fosas con restos presumiblemente humanos.

En distintos puntos de la casa –en escaleras y pasillos- se observan rastros de un rojo deslavado. “Sangre de alguien fue arrastrado por aquí o de un bulto que contenía restos”, sostienen los guías de este recorrido.

Pese a estas evidencias, ninguna autoridad ha vuelto al predio  ni hecho público el hallazgo. Tampoco mostrado atención a los familiares de las víctimas.

Pero estos parientes mostraron las agallas para investigar, apelar a todos los recursos que si angustia les permitió. Y dieron con este sitio que alguna autoridad decidió abandonar, ocultar o simplemente ignorar, despreciar.

“Con todo, aquí seguiremos.  Hasta que la dignidad se haga costumbre”, resume una y otra vez Mario Vergara mientras camina  por una ruta que por donde se posa la vista ofrece rastros de huesos, cenizas, ropa y otros indicios.

Requerida su postura sobre este tema, la Fiscalía estatal declinó emitir comentarios. Tanto por vía de su vocero, Conrado Hernández Ortiz, como por el propio fiscal, Jorge Winckler Ortiz, se ofreció entrevista sobre reacciones por este hallazgo. Pero no se tuvo respuesta hasta la noche de este miércoles.

No es el último rincón del mundo. Resulta difícil que para los lugareños fuera del todo desconocido lo que aquí ocurría. Peor para alguien ajeno a la zona, secuestrado y trasladado aquí para encontrarse con la muerte, el sitio debió parecer “un infierno sin salida; la gente no tenía escapatoria”, estima uno de los guías, de quien se reserva la identidad así como del resto de los participantes del recorrido, a petición de ellos mismos.

Aquí el ruido de la mancha urbana se extravía entre el silbido de las aves y de las cigarras. Y a pesar de lo que en este sitio ocurrió y lo que fue encontrado, el predio no está resguardado por autoridades ni asegurado para impedir el acceso. Una cintilla amarilla que alguna vez delimitó el paso está tirada en el suelo entre las ramas y los esbeltos troncos de las jacarandas. Pero esa cinta demuestra que el lugar fue visitado alguna vez por la autoridad.

“…Y esta es la pulcritud con la que trabaja la Fiscalía”, dice uno de los integrantes del colectivo Familias en Búsqueda María Herrera, al mostrar ropas, guantes, material de tipo forense y bolsas de basura que alguien utilizó y soltó al piso, como lo hace quien se apresura a abandonar un lugar en donde se siente incómodo. 

Las mujeres buscadoras ingresan a la habitación principal, y ahí mismo sacan de los papeles que siempre cargan con ellas fotografías que tomaron en la primera visita. En las gráficas se aprecian trayectorias marcadas con sangre que van desde las recámaras hasta la salida, al patio trasero de la casa. “Estas huellas eran de bultos que fueron arrastrados antes de ser enterrados”, dice con certidumbre un joven que camina al frente del grupo.

A unos pasos de ahí, al centro de una habitación de tamaño mediano, aparece el  horno de piedra, que pudo haber servido para hacer ladrillos alguna vez, y que la Fiscalía dijo a lugareños que quizá fue usado también para preparar  “zacahuil” (una especie de tamal de grandes dimensiones, originario de la zona huasteca).

Dentro, a un lado y detrás del horno se pueden ver montones de cenizas. Son visibles pequeños restos de lo que miembros del colectivo aseguran según su experiencia, pueden ser huesos humanos. Continuará mañana…