Cantar en tres idiomas, solo por unas monedas
-Indígenas llegan en búsqueda de oportunidades de trabajo ante la precaria situación que se vive en sus comunidades
Por Édgar Escamilla
El sonido de la guitarra suena bajo el Palacio Municipal de Poza Rica. Se escucha la voz de un hombre que canta una canción desconocida en lo que parece ser alguna lengua indígena. La gente pasa y voltea a verlos de reojo, hay quienes arrojan un par de monedas en el sombrero que han colocado en el suelo. Necesitan volver a su comunidad, enclavada en la Sierra Norte de Puebla, pero lo que han recaudado no les alcanza siquiera para comer. Se ven en la necesidad de salir en busca de recursos porque la situación económica es alarmante en localidad; forman parte de los 8.7 millones de indígenas identificados por el Coneval en situación de pobreza.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el año pasado estableció que entre 2012 y 2014 el número de indígenas en pobreza pasó de 8.2 millones de personas a 8.7 millones, un incremento de 1.2 por ciento en tan solo dos años. De poco o nada ha servido el aumento al presupuesto para programas sociales, allá en sus localidades ese apoyo, simplemente, no ha llegado.
Un pequeño letrero de cartón y cartulina fluorescente colocado en la banqueta es toda la publicidad de este par de artistas: “Canciones rancheras mexicanas campechanas. Náhuatl con castellano, náhuatl con otomí y náhuatl con totonaco”. A su lado, una figura de un toro.
Francisco, aunque invidente, es quien toca la guitarra, mientras Agustín, se encarga de entonar las canciones y bailar al ritmo de la música. “A veces me da pena cantar, pero ni modo, me esfuerzo para ganarme algo”, señala Agustín.
Provienen de Xolotla, municipio de Pahuatlán, ubicado en la Sierra Norte de Puebla. En aquel lugar, el beneficio de los programas sociales, que para este año le fueron aprobados 109 mil millones de pesos para combate a la pobreza, no llega.
“Allá en el pueblo hay mucha pobreza, robos, no hay trabajo. Hasta de las milpas nos roban nuestros elotitos, ya cuando llega la fecha para cosechar, casi no hay nada, en la noche va la gente a la milpa a cortarlos, no hay nada que comer, así que hay que buscar”.
Huérfano, Agustín tuvo que pasar sus primeros años de vida de una familia en otra. Ya casado, tuvo ocho hijos con su esposa, cinco varones y tres mujeres. Su compañera se encuentra enferma, recientemente su vivienda se quemó y con ella un bebé de escasos ocho meses.
En su haber cuenta ya con 13 canciones de su autoría, todas en esa peculiar mezcla lingüística de la que habla el letrero fluorescente.
Además de Poza Rica, ha viajado a otras ciudades para ofrecer sus canciones y ganarse unas monedas, pero no en todos los lugares es bien recibido. En el Estado de México, cuenta, ha sido reprendido por la policía por no tener permiso para cantar en la vía pública.
Agustín tiene la ilusión de poder registrar sus canciones. “Voy a mi casita”, “Cómo quisiera que me quisieras un poquito”, “Por qué te escondes” y la “Canción del torito” forman parte de su repertorio.
Francisco, quien toca la guitarra, perdió la vista desde los ochos años a causa de una fuerte fiebre. Aunque fue trasladado a esta ciudad para que fuera atendido, la falta de un especialista en aquellos años provocó que perdiera su capacidad visual. Al igual que Francisco, no cuenta con los beneficios de los programas sociales, “de esos que suenan en el radio dizque para Vivir mejor”.
“Allá no hay Prospera ni nada, allá no hay ayuda para el campo; dicen que dan, pero no es cierto, allá no llega, así que tenemos que buscarle para poder comer”.
Para volver a Xolotla tendrán que viajar hasta Tulancingo y, desde el punto donde los deja el transporte, deberán caminar desde las once de la noche hasta la mañana siguiente, a través de un camino de terracería, a través del lodo que, en algunas ocasiones, les cubre hasta la rodilla.