El palacio que nunca se terminó: así nació el Monumento a la Revolución
- Pensado durante el Porfiriato como la sede de las cámaras de diputados y senadores, el uso del Monumento a la Revolución cambió con el paso del tiempo
Agencias
México
Dicen que si quieres hacer reír a Dios, le cuentes tus planes. Algo así le pasó a Porfirio Díaz, quien tenía la ambiciosa idea de realizar un enorme edificio para alojar al Poder Legislativo, pero la Revolución dictó algo muy diferente.
Y es que aunque el Monumento a la Revolución es uno de los iconos arquitectónicos de la Ciudad de México, en un principio no se pensó como homenaje, sino como un reluciente palacio de piedra y bronce.
Un concurso internacional
Los años corrían con Porfirio Díaz en la presidencia de México y, poco a poco, el centenario de la Independencia se acercaba. El gobernante oaxaqueño tenía muy en mente la fecha y deseaba celebrarla a lo grande.
Una de sus ideas fue la de mudar a los representantes del Poder Legislativo del edificio de Donceles a un moderno y faraónico palacio, ubicado en un solar de la colonia Tabacalera, y el cual impresionaría a propios y extraños.
Para lograrlo, en 1897 lanzó una convocatoria internacional, aunque las cosas no salieron como deseaba y, luego de numerosos escándalos por presunto favoritismo, Díaz decidió designar al arquitecto francés Émile Bérnard para realizar la obra.
La idea era que el Palacio Legislativo federal fuera más grande que el Capitolio de Washington D.C. Tendría una superficie de 14 mil metros cuadrados y varios metros de alto, convirtiéndose en uno de los máximos iconos del país.
Las obras comenzaron en 1906. El acero se importó desde distintos puntos de Estados Unidos, tales como Pittsburgh y Nueva York, y se transportaron las pesadas vigas en trenes hasta la cercana estación de Buenavista.
Todo marchaba bien hasta el 23 de septiembre de 1910, fecha en la que Porfirio Díaz puso la primera piedra del magno palacio legislativo… pero entonces inició en el norte el movimiento revolucionario.
Suspensión, Revolución y giro
Dos años duraron los trabajos en el sitio, hasta que las refriegas revolucionarias provocaron la suspensión definitiva de la obra, misma que quedó abandonada durante muchos años. Como recordatorio, solo quedaba el esqueleto de hormigón que formaría la nave central del palacio.
Tras el triunfo de la Revolución, el arquitecto Émile Bérnard se acercó en 1922 al entonces presidente, Álvaro Obregón, para pedir que la obra se concluyera, pero ahora como un mausoleo para los héroes de la gesta bélica.
Seis años después, Obregón sería asesinado en el restaurante La Bombilla y un año más tarde falleció Bérnard, por lo que el proyecto nuevamente se quedaría huérfano.
Algunas de las enormes vigas de acero del edificio fueron aprovechadas para realizar rieles de ferrocarril y, poco a poco, el palacio fue diluyéndose. Pero la idea del monumento ya se había enraizado.
Un monumento para los héroes
Dice la leyenda que un arquitecto que había crecido en las inmediaciones del otrora Palacio Legislativo, Carlos Obregón Santacilia, no quitaba los ojos de los restos del edificio, y se acercó con el arquitecto Alberto J. Pani para retomar la idea de hacer un monumento dedicado a los próceres de la Revolución.
Después de mucho insistir, el proyecto fue avalado y comenzó su reconstrucción en 1933, empleando lo que quedaba del edificio como base, la cual fue reinterpretada con la idea de una revolución constante.
Inspirado por el cubismo, el monumento tiene cuatro pilares, los cuales representan las leyes obreras, agrarias y de Reforma, además de la Independencia. Adicionalmente, las grandes figuras que los coronan representan imágenes indígenas.
En 1936 se hacen modificaciones para emplearlo como mausoleo. Los restos mortales de Venustiano Carranza, Francisco I Madero, Plutarco Elías Calles, Francisco Villa y Lázaro Cárdenas se encuentran actualmente resguardados en el monumento. La obra se concluyó dos años más tarde, en 1938.
Mirador y punto de reunión
El Monumento a la Revolución nació con la idea de ser un espacio vivo y de revolución permanente. En un principio, contaba con un mirador abierto a todo el público, pero éste quedó clausurado hacia la década de los 70.
Con motivo del bicentenario de la Independencia, en 2010 se realizó una serie de obras tendientes a rescatar la pieza arquitectónica y adaptarla para el goce de las nuevas generaciones.
Así, durante esa época se recuperó el mirador, conocido como la “linternilla”, además de dotar a la Plaza de la República con una fuente, que se convirtió pronto en uno de los puntos favoritos de los visitantes.
Actualmente, el Monumento a la Revolución cuenta con un museo, restaurante, cafetería, mirador y, desde luego, el mausoleo donde reposan los héroes más importantes del conflicto armado.
Información tomada de El Heraldo de México.