A menos hielo, menos vida
Miguel R. Fabricio V. e Ignacio J.
En abril de 2025 Donald Trump anunció que aplicaría aranceles a todos los países del mundo. Tras el estupor inicial vino un segundo estupor cuando la gente notó que en la lista de los socios comerciales afectados se encontraban las islas Heard y McDonald, unas islas subantárticas, a medio camino entre Madagascar y la masa continental más austral del mundo, y habitadas exclusivamente por pingüinos y focas. No se han reportado sus reacciones ante la noticia, pero lo cierto es que durante una semana todas las miradas humanas estuvieron atentas a esta región inhóspita del sur del planeta.
Y es que la Antártida, aunque soñada durante milenios, nunca ha tenido poblaciones humanas autóctonas y fue el último continente en ser avistado y explorado. No fue sino hasta inicios del siglo xix cuando los primeros barcos a vela lograron cursar las gélidas aguas que lo rodean y llegar hasta el extremo sur del planeta. Quizás por eso permanece más bien fuera de nuestro radar, pues cuando aprendemos geografía aparece como una larga salchicha debajo de los otros continentes, una nota a pie de página en el mapamundi. Contribuyen a su imagen legendaria los relatos de los primeros navegantes que lograron llegar hasta allí, los de exploradores como Adrien de Gerlache y Ernest Shackleton y sus tripulaciones, que se quedaron atrapados en las fauces del hielo, y por supuesto los relatos de los aventureros actuales, que celular en mano y dron volando nos sorprenden con imágenes nítidas de este vasto e inhóspito lugar.
Y vasto e inhóspito sí que es: la Antártida tiene una superficie terrestre de 14 millones de kilómetros cuadrados (siete veces el tamaño de México). Está cubierta por glaciares de hasta cuatro kilómetros de profundidad y en el pico del invierno la rodean hasta 20 millones de kilómetros cuadrados de mar congelado. O estaba, porque ya alcanzaron sus costas muchas de las peligrosas cabezas de la hidra llamada Antropoceno, el concepto cultural que se refiere al cambiante y extremo mundo dominado por la actividad humana (ver “Antropoceno”, en ¿Cómo ves?, núm. 251).
La Antártida es un bien común universal (junto con el alto mar, la atmósfera y el espacio). Solemos imaginarla como un lugar excepcional: frío, remoto, desolado, prístino y puro, lejos del mundanal ruido. Por ello, y porque la ciencia confirma muchos de estos atributos, pensamos (quizás esperanzados) que la lejanía la mantendrá a salvo de los embates del Antropoceno, pero no es así. Ya han llegado al sur profundo especies invasoras, microplásticos, contaminantes y otras calamidades de nuestra época, pero aquí haremos énfasis en un impacto muy obvio: el calentamiento global. La actividad industrial humana ha provocado que la temperatura de nuestro planeta aumente en promedio 1.5 ºC durante el último siglo y pico. Este aumento puede no parecer gran cosa si piensas en la temperatura de la alberca o la del café, pero en las regiones frías es la diferencia entre el hielo sólido y el agua líquida. Esto ocasiona una importante pérdida de glaciares en tierra firme y de mar congelado alrededor del continente antártico que afecta directamente a todas las especies del ecosistema, tanto terrestres como marinas.
Si no eres de los lectores más jóvenes de ¿Cómo ves? quizá recuerdes que hace unos 20 años se reportó que la banquisa de Larsen (una banquisa es una lámina de hielo que flota sobre el mar pero sigue unida al continente), en la península Antártica, se estaba fracturando; luego, que de allí se desprendió un cacho que formó un iceberg del tamaño de Bélgica, y ahora ya no existe esa banquisa en el mar de Weddell. En los últimos años la cantidad de mar congelado alrededor de la Antártida ha disminuido mucho y muy rápidamente. Si analizamos las imágenes satelitales de 1981 a la fecha veremos que en 2023 se registró la superficie más pequeña de mar congelado desde que tenemos datos confiables y comparables. Esta pérdida de hielo es muy mala noticia para los polluelos del pingüino emperador, que necesitan la superficie firme del hielo mientras empluman y hasta que son capaces de nadar y valerse por sí solos. De hecho, en años recientes algunas colonias enteras de pollos han muerto ahogados o congelados al desvanecerse el sustrato firme bajo sus patas antes de tiempo. También son malas noticias para muchos otros habitantes de la región antártica que han evolucionado no sólo para sobrevivir sino incluso aprovechar el hielo que cubre mar y tierra buena parte del año.