El hombre que hizo grande a una pequeña isla

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Por Hernán F. Gómez Bruera (Internacionalista)

La discusión en torno al legado de Fidel Castro no cesará pronto. Con suerte algún día podrá hacerse un balance menos apasionado y sesgado sobre sus contribuciones y su lugar en la historia latinoamericana y universal.

Fidel tuvo muchas más virtudes que la habilidad política de permanecer cerca de cinco décadas en el poder -de los pocos logros que le han reconocido en los últimos días sus detractores- o el haber promovido un sistema de protección social que permitió alcanzar niveles de salud y educación envidiables para cualquier país latinoamericano.

Una virtud que deberían poder reconocer tanto sus críticos como sus admiradores es la de haberle dado a Cuba -una pequeña isla del tamaño de Guatemala y con 11 millones de habitantes- un lugar en el mundo y un sitio de destaque a nivel internacional.

A tan sólo 150 km del país militarmente más poderoso del planeta, Cuba estaba destinada en los años cincuenta a ser una suerte de protectorado estadounidense, un lugar atractivo para “estadounidenses con impulsos libertinos buscando escapar del puritanismo de su país”, como escribía hace unos días John Carlin; una nación marginal, periférica e irrelevante o un país de extrema pobreza, hambre y marginación como Haití.

En lugar de eso, Fidel y su Revolución fueron capaces de elevar una voz que a nadie ha sido indiferente en seis décadas. En los años 60 y 70 esa voz logró inspirar a millones de jóvenes que creyeron -con razón o sin ella- que la vía armada podía ser un elemento de transformación social, y así logró exportar su revolución a media América Latina, con movimientos guerrilleros importantes en Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Uruguay y Argentina.

Esa voz -gracias a la vocación internacionalista de Fidel y los suyos- llegó también a territorio africano, donde los combatientes cubanos se implicaron en 17 revoluciones de independencia, particularmente en Angola y Etiopía, participando con decenas de miles de tropas.

Castro fue un líder del entonces llamado tercer mundo. Bajo su figura, Cuba tuvo una participación importante en la gestación del Movimiento de los Países no Alineados, fundado en Belgrado en 1961, aunque finalmente no tuviera otro remedio que el de sumarse al bloque soviético.

La voz de Cuba en el concierto internacional no se apagó a pesar del intento reiterado de EU por aislarla del mundo -con la expulsión de la OEA en 1962-, ni se extinguió en 1991 con la desaparición de la Unión Soviética, su principal sustento económico y aliado geopolítico.

Cuba ha tenido, desde siempre, una participación en numerosas instituciones internacionales. A partir de los 90, logró redefinir su proyección internacional para jugar un papel importante en la resolución de conflictos y promover una activa participación en foros internacionales. A pocos internacionalistas escapa la enorme influencia que un país tan pequeño ha logrado en ellos, especialmente en América Latina, donde poco puede hacerse en los espacios regionales sin la venia de Cuba.

Cuba tiene hoy 123 embajadas (México tiene apenas 82), es uno de los países de América Latina con mayor presencia en África, mantiene una importante relación política y económica con los BRICS, un acuerdo de concertación política con la Unión Europea, vínculos fuertes con países de Sudamérica y un liderazgo en los organismos internacionales muy superior al nuestro. Cuba es también una potencia humanitaria, especialmente en el ámbito de la salud, donde tiene una activa participación en proyectos y programas de cooperación a favor de naciones en desarrollo, y sus médicos juegan un papel importante en varios países.

Alguna vez Rafael Bielsa, poeta y ex canciller argentino, escribió que las demostraciones de afecto y respeto que históricamente disfrutó la Cuba de Fidel no necesariamente representan un apoyo oficial a su régimen o a su sistema de gobierno, tanto como una cuestión cultural y simbólica: Durante décadas Cuba representó el enfrentamiento prolongado entre la debilidad y la fuerza de la convicción frente a la prepotencia del volumen. Todo eso es parte del legado de Fidel que debiéramos reconocer.