OPINIÓN / Pepe Mujica: el hombre que construyó con el corazón / David Ricardo Rodríguez Godoy
Hay presidentes que se recuerdan por sus grandes discursos, por sus promesas o por sus guerras ganadas. Y hay otros, como José “Pepe” Mujica, que se recuerdan por su silencio fértil, por su mirada al campo, por su manera de gobernar como quien siembra para que otros cosechen.
Con su partida, no solo se va un líder, sino una forma rara, casi extinta, de hacer política: la que pone el alma antes que el poder, y al pueblo antes que los intereses. Mujica no buscó construir monumentos a su ego. Lo suyo fue otro tipo de infraestructura: la que une, la que incluye, la que dignifica.
Una de sus obras más silenciosas, pero más revolucionarias, fue la Universidad Tecnológica del Uruguay (UTEC). Creada en 2012, no pretendía competir con las universidades tradicionales de Montevideo, sino llevar la educación superior a las entrañas del país. A Fray Bentos, a Rivera, a Durazno. Mujica entendió que no basta con garantizar el derecho a estudiar si ese derecho implica abandonar tu tierra y tu familia. Gracias a la UTEC, miles de jóvenes del interior encontraron una razón para quedarse, para desarrollarse, para construir ahí donde antes solo se cosechaba resignación.
Otro de sus legados más humanistas fue el Plan Juntos, donde las viviendas no se regalaban, se construían en comunidad. Mujica sabía que levantar paredes no era suficiente: había que levantar la esperanza. Y por eso, más de 60 mil uruguayos participaron en este esfuerzo colectivo donde el Estado ponía los materiales y el acompañamiento técnico, pero la dignidad la ponían las propias familias con sus manos.
En materia energética, su mirada fue estratégica pero profundamente social. Su impulso a la diversificación de la matriz energética permitió que, al final de su mandato, el 94% de la electricidad del país proviniera de fuentes renovables, abaratando costos para las familias y disminuyendo la dependencia del petróleo. Mujica no hablaba de cambio climático como moda, lo entendía como una urgencia moral.
Donde también dejó una huella profunda fue en la rehabilitación de caminos rurales, especialmente en los departamentos del norte y centro del país. Bajo su gobierno, se invirtieron más de doscientos millones de dólares en mejorar la red vial rural, garantizando el acceso a mercados, servicios de salud y educación a miles de familias agrícolas. Mujica entendía que un camino bien hecho es muchas veces la diferencia entre el aislamiento y la oportunidad.
Y aunque no suele figurar en los rankings de obras visibles, la recuperación del sistema ferroviario fue una de sus apuestas más significativas a largo plazo. Bajo su mandato, se firmaron acuerdos para modernizar más de 400 kilómetros de vías férreas, especialmente en la línea que conecta Rivera con Montevideo, con la intención de devolver al tren su papel central en el transporte de mercancías y personas. No fue un gesto nostálgico, sino una decisión estratégica y ecológica, orientada a descongestionar carreteras, reducir costos logísticos y unir al país en su base más profunda.
En el ámbito de la salud, Mujica también dejó una huella importante. Durante su gobierno se consolidó el Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS), pero más allá de la política de aseguramiento, hubo un claro esfuerzo por mejorar la infraestructura sanitaria en todo el país. Se modernizaron hospitales, se equiparon centros de salud públicos y se fortaleció la atención primaria, especialmente en zonas rurales. Estas inversiones permitieron reducir desigualdades históricas en el acceso a servicios médicos y mejoraron sensiblemente la calidad de vida de miles de uruguayos. La salud, como todo en su mandato, fue tratada no como mercancía, sino como derecho.
También apostó por proyectos de integración logística como el Puerto de Aguas Profundas en Rocha, que aunque no se concretó, marcó una visión clara de futuro: conectar al Uruguay productivo con el mundo y garantizar soberanía sobre su comercio exterior.
Todo esto lo hizo desde una pequeña “chacra”, su pequeña finca rural, sin guardaespaldas ostentosos ni autos blindados. Su capital político no estaba en los despachos, sino en la confianza que le tenía la gente. Y ese es, quizás, su legado más importante: la infraestructura construida no solo en el territorio, sino en el alma colectiva de un país que volvió a creer que otro modelo de gobierno era posible.
Hoy que los discursos sobran y los actos faltan, que la política se ha vuelto espectáculo y las obras se recortan con tijeras de Excel, recordar a Pepe Mujica es un acto de resistencia. Porque él construyó más que obras: construyó confianza, construyó país.
Nos queda su legado, y la nostalgia de ese Uruguay donde un presidente podía vivir con humildad, hablar con verdad y construir con sentido de justicia.
Como él mismo lo dijo alguna vez, con esa sabiduría de campo que nunca abandonó:
“No hay desarrollo sin infraestructura. No hay seguridad sin rutas en condiciones. Esta no es solo una discusión económica: es una discusión de justicia social.”